viernes, setiembre 02, 2005

17.
- Es curioso -dice Miguel, sorbiendo saliva acuosa por la nariz.
Estamos en un parque por la Victoria. La noche se ha puesto pesada. Los chicos, un niño de unos quince años llamado Cobra, Droguerto, Miguel y yo, conversamos ávidamente, casi eufóricos. Fumamos wiros y bebemos ron. La negra con el pelo teñido de amarillo desapareció por una calle desierta. Es una negra gorda, fofa, que camina con las piernas hinchadas, a punto de reventar.
- ¿Qué cosa es curioso? -le pregunto después de un rato, cuando Cobra ha prendido un cigarro enorme de algo que, espero, sea más marihuana.
- Las mujeres -dice-, a veces andan detrás de uno. Siempre andan detrás de alguien. A veces pienso que su sexo no las deja pensar.
- Es cierto -digo-, las mujeres tiene un serio problema con su sexo.
- Freud dice que es algo que tiene que ver con el pene.
Cobra lanza un a carcajada, y su wiro (o pistola de PBC) está casi a la mitad. Droguerto, que habló de Freud, está sentado junto a él y se asusta.
- Bueno, la cosa es que las mujeres tienen estas ganas terribles, descontroladas, de tener un pene. Yo le llamo: necesidad de cariño fálico. Es tan simple...
- Ohhh -exclama cobra- ustedes son muy machistas.
- No, Cobra -dice Miguel-, no somos machistas. Hablamos con la verdad.
- Somos las personas más honestas que existen -le digo.
- Y nos han hecho mucho daño las mujeres.
- ¿En serio?
- Mucho -dice Droguerto, sacando algo de su bolsillo.
Alrededor nuestro, el invierno se hace presente. Nos invade el frío y las paredes, carcomidas por la humedad, lucen las pintas de las barras bravas de la Victoria. Empiezan a caer gotas de lluvia parecidas a pequeñas inyecciones de vidrio. Pronto, nos hemos acabado el ron y seguimos conversando.